miércoles, 24 de junio de 2009

Sobre ritos e ídolos

Hoy me he despertado repleta de optimismo y vitalidad. Ya he confesado públicamente que no he sido bendecida con ningún tipo de fe, y eso incluye también las supersticiones. Lo que sucede, es que sí creo en las fiestas, sobre todo aquellas que implican nocturnidad, música, copazos y veranito.
En eso creo a pies juntillas, y soy fervorosa practicante.
Ayer, víspera de San Juan, me levanté ya con hormigueo festivo. Aunque casi todos mis amigos parecen estar ocupados con cosas superimportantes (confío en que estén salvando a las ballenas, o arreglando el mundo, de otro modo, yo no justifico perderse una celebración)… siempre me queda Protocolo Venezuela, que a pesar de que está también muy liada este mes, es bastante de apuntarse a un bombardeo.
Total, que salí prontito de trabajar para que me diese tiempo de sacarme los tacones y cenar algo, que no soy amiga de peces con bigotes y las sardinas las dejo para los gatos.
Protocolo me obligó a ponerme unos vaqueros, pues mi intención era seguir mi tradición particular de saltar las hogueras con falda y bailarinas. Es un poco peligroso, porque este tipo de calzado, aunque bonito, no está homologado por ninguna federación deportiva, y tiene cierta tendencia a escurrirse del pie y caerse al fuego… pero soy una chica valiente y alérgica a eso de ir “de sport”.
Como el año pasado uno de mis más queridos zapatos falleció cruelmente quemado en plaza pública… hice caso a mi Pepito Grillo particular, que es la señorita Protocolo, y me calcé unos de Pura López (¿hay alguien más fiel que yo?) sujetos al tobillo la mar de monos.
Así que allí nos fuimos, triunfales, de plaza en plaza disfrutando de todos los ritos, escribiendo deseos, quemando “desapegos”, encontrándonos millones de amigos… y ligando un poquito con el guapísimo, Hombre Tranquilo, que alegra la vista y contribuye al espíritu festivo.
Todo iba la mar de bien, hasta que vi el agua que supuestamente teníamos que recoger en un frasquito para lavarnos la cara la mañana siguiente… y ahí me fue mal. A pesar de las flores y hojas que flotaban en la superficie, millones de bacterias, microbios y otros aterradores bichos microscópicos desconocidos por mí se me presentaron nítidamente en mi imaginación de neurótica escrupulosa… Como tengo un enorme respeto por mi piel, que sólo tengo una, me negué a tocar aquel agua en la que seguramente se habría meado algún pez. Ahí Protocolo me dio la razón, y las dos nos quedamos un poco chafadas por dejar una de las tradiciones sin cumplir… No habíamos sido previsoras, y a esas horas de la mañana no se nos ocurría ninguna floristería abierta… hasta que apareció La Idea.
Nosotras somos gente muy bien educada, respetuosa con los bienes públicos, y a favor de los parques y jardines en general… pero aquello era una emergencia, así que nos dirigimos con resolución a la Alameda, donde no encontramos ni una rosa, pero sí un magnolio que olía la mar de bien… y nos hicimos con unas flores que eran ideales para asegurarnos un año de suerte y radiante belleza.
Después de tanto rito purificador, llegué a mi casa ahumada como un salmón, pero feliz como perdiz ante la perspectiva de un año de fortuna y dicha…
Esta mañana me levanté pletórica y le di la bienvenida al nuevo día y a la era de plena felicidad con aquel agua con magnolias que olía de maravilla. Después, volví a mi ser, y me metí en la ducha con mis potingues, porque yo sólo le rezo a Chanel, y mi fe está comprometida con Clarins.

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