martes, 2 de junio de 2009

Mamá, quiero ser moderna

Vengo relajada y desenmohecida de Londres y lo más importante: he resistido a la tentación y no he comprado nada que al llegar aquí vaya directo al armario de los disfraces. Siempre me pasa igual. Cada vez que pongo un pie en Brick Lane, me siento más sosa que un plato de verdura al vapor en un banquete medieval ¿Qué demonios hago sin tutú? Mi vestidito negro de French Connection se me antoja el colmo de lo aburrido y daría mi vida por unos calentadores fucsia (aunque rocemos los 30 grados) y unas gafas con forma de corazón.
Toooodo el mundo lleva gafas con pasta de colores, lazos extravagantes, puntillas, diademas, gorros… así que miro con ojillos deseosos un bolero de plumas y un sombrerito con forma de chistera en miniatura y un pequeño velo de tul.
Gran Torino, que a esas alturas del fin de semana está contagiado ya del espíritu “en vacaciones todo vale” me sorprende con un: “Pruébatelo”.
Lo que pasa, es que, en realidad, los mercadillos me dan un poco de repelús (aunque sean mega trendy como éste), y la sola imagen de la chisterita, por mona que sea, de cabeza en cabeza me pone los pelos pinchos… así que mi pulsión de compradora obsesiva-compulsiva se ve bloqueada por la de neurótica de la higiene.
Y, sin atreverme a probármelo, me alejo del puesto con la sensación de estar abandonando al hijo que nunca tuve.
Hay que reconocer que yo soy más de tiendas, así que me voy a la de Montezuma’s a comprar deliciosas trufas y chocolatinas increíbles para mis amigos. No sé si es el mejor chocolate de Inglaterra, no lo he probado todo (estoy en ello)… pero da mucha alegría de vivir.
El único problema, claro, fue que ese montón de chocolatinas no pasó la prueba de la báscula de los repelentes del aeropuerto de Stansted. Gran Torino, a pesar de facturar, tuvo que dejar allí el vino, el champú… sacar de la maleta un jersey y una cazadora… y apelar a la compasión de la señora del mostrador de facturación de Ryanair. Lo dicho: raza cruel.
A mi micromaleta le colgaron una etiqueta de sobrepeso (a este paso me va a coger un trauma) y me pintarrajearon el billete para que no hubiese escapatoria posible.
Al final, la triquiñuela de colocar el bolso debajo de la chaqueta doblada de GT sirvió, y subimos deprisita al avión, no fuera a ser que nos tocase ir sentaditos sobre un ala.

P.D. El Andaz es maravilloso. Se escapa por completo del concepto de hotel convencional, con sus obras de arte, sus productos ecológicos, su recepción abierta y esa decoración "casual luxury" desenfadada pero impactante. Impresionante el Salón Masónico. Me hubiese gustado quedarme a vivir en esa suite increíble de diseño y techos altos… pero no pudo ser

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