martes, 26 de enero de 2010

Prefiero una aeronave

Estoy en una edad difícil. A mi no me lo parecía, pero lo estoy empezando a notar por lo nerviosa que está la gente en mi entorno. Debe de ser una cosa dura tener 34 y estar sin pareja. Yo no me daba cuenta, pero por lo visto ha de ser como tener un virus asqueroso e inconfesable del que te quieres librar cuanto antes y que nunca se sepa.
Yo me lo paso bomba, para qué negarlo… pero debo de ser mema y no ser consciente del enorme problema que tengo encima ¡A ver si me voy a morir de esto y no me había ni coscado!
Ya estoy viendo los titulares de la prensa de aquí: insensata local fallece a causa de una pertinaz soltería.
El caso es que yo pensaba que al dejar al Bellísimo también me libraba de la presión embarazosa… pero ¡qué va!
El otro día me encontré con una chica que conocí cuando vino a hacer las prácticas con nosotros en Ocio Remunerado. Es fácil calcular que no había cumplido los 22 años, y en cambio ya tenía planes de tener 2 hijos antes de los 25.
Recuerdo perfectamente la pregunta que me hizo en su primer día de prácticas:
-¿Tienes novio?
- Nooo
Su cara era una mezcla entre sorpresa y pena. Exactamente como si le hubiese dicho que el mismo día se me había muerto toda mi familia y que me iban a amputar una pierna.
- ¿Por qué no? Eres guapa.
Yo no sabía si agradecerle el veredicto o preguntarle si las feas no tienen novios o cómo iba aquello… así que sólo le respondí:
- ¿Para qué?
- ¿Cómo que para qué?- me dijo con los ojos saliéndosele de las cuencas- Querrás tener hijos ¿No?
- Prefiero una aeronave, si me dejan escoger.
Como pensó que estaba de broma se rió mucho. Durante los 3 meses que estuvo con nosotros me contó todos sus proyectos, discutimos nuestras particulares visiones de la vida e hicimos los cálculos para que le diese tiempo a tener a sus retoños antes de esa fecha límite que se había marcado.
Mantuvimos el contacto y un día me llamó para decirme que estaba embarazada, pero nunca coincidimos desde que es mamá, así que el otro día, cuando la ví con el Maxi-cosi por primera vez intuí lo que se me venía encima.
- Veeeen… Ven a ver a la princesa- me gritó señalándome el bulto que se ocultaba en aquella especie de cáscara de nuez futurista.
Yo tengo ensayado un montón de frases para estos casos, porque a las madres no les suele gustar que califiques de “feo y arrugado” al fruto de 9 meses de terrible embarazo e interminables horas de parto… Como tampoco me gusta mentir, suelo decir cosas como: “¡Hay que ver qué pequeño!” o “¡qué gracioso el vestidito!”… la verdad es que la ropa de los bebeses sí me suele gustar.
Juro que en este caso no me salía nada.
Miré a la pobre niña, enrojecida, cejijunta y más peluda que un mono del Congo, y me dio tanta pena como a su madre el hecho de que yo no encuentre un novio que me embarace como toca.
Sólo acerté a balbucear:
- ¡Ah!... ¡vaya!...
La feliz mamá me miró expectante, aguardando mi valoración. En aquel momento no encontraba nada positivo que decirle salvo “ah,… pues parece que respira”.
Quería decirle lo que tengo ensayado ¡pero era enoooorme! … no me salió más que:
- ¡caray! ¡Casi al límite de tus 25!

Ella me miró con satisfacción, y enseguida pasó al ataque poniendo su mano sobre mi barriga (¿qué le pasa a la gente con eso de tocarme?):
- ¿Y tú para cuándo?
Me dio ganas de decirle que todavía no tengo ni siquiera encargada la aeronave, pero preferí no descolocarla.
- ¡Ah! No sé… quizás para cuando tenga novio.
Aquí ella prácticamente se indignó:
- ¡Bueno! ¿pero aún sigues con eso? – exactamente como si tuviese un tumor enorme y me negase a que me lo extirpen. Ella se quedó pensando, con evidente preocupación… y de pronto tuvo una idea:
- Voy a presentarte a unos amigos de mi marido. Todos abogados y procuradores- añadió en plan tentador. Yo nunca entendí eso, porque si yo escogiese un novio en función de su profesión preferiría que fuese superhéroe o algo así, para que viniese a rescatarme volando a los atascos o pudiese hacer cosas realmente sorprendentes.
- No gracias – respondí con toda la amabilidad de la que fui capaz.
- ¡Que sí, mujer! ¡que hacemos una cena y ya verás que enseguida te ves como yo!- me aseguró.
Yo la miré. La miré a ella y a su marido de incipiente calvicie y cara coloradota. Abogado, sí, pero estaba claro de quién había heredado la pobre niña aquellas cejas que parecían una.
Quise preguntarle, si de lo que se trataba era de reproducirse, qué interés podía tener yo en mezclar mis genes con las de un individuo similar a aquel gordinflón que empujaba el cochecito ¿Cómo iban mis hipotéticos hijos a perdonarme aquello?Agradecí su interés y con la excusa de que me cerraban una tienda salí de allí como el correcaminos.

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